El grito de los cabros
Una mirada desde adentro de las tomas y luchas de calle en Chile
Por Anita Pouchard Serra
Las patas de las sillas y las mesas atraviesan la reja como las defensas de una antigua fortaleza. Las paredes son el soporte de los gritos y reivindicaciones transformados en lienzos colorados. Paseando por las calles de Santiago tranquilamente desiertas, un domingo soleado a la tarde uno se encuentra con estas expresiones urbanas de la actual lucha estudiantil en su versión cotidiana, sin días de descanso: las tomas. Son la difusión territorial del reclamo por la educación pública, gratuita y estatal. Un recordatorio al ciudadano que se niega a ver un Chile que arde, un Chile que parece sorprenderse a sí mismo. En cada barrio, caminando por la vereda, es posible ver a los estudiantes secundarios o universitarios a cargo de la vigilancia de las entradas y de la colecta de fondos; una forma de sostener las necesidades básicas de la toma: comer, limpiar, pintar lienzos, entre otras cosas. En esa vereda se cruzan también las distintas opiniones que atraviesan al pueblo chileno. Andrea, 16 años, del Liceo 4 de niñas, nos describe las reacciones de la gente al pasar: “Anda a estudiar, vuelve a tu casa”, mientras otros dejan caer una monedita al fondo de la cesta con una cálida sonrisa, animando a las manifestantes.
Ricardo, 17 años, es otro de ellos. Estudia en el famoso Liceo Lastarria, liceo público de excelencia, del barrio Providencia, una zona residencial de la clase alta santiagueña, nos cuenta sobre esperanzas y realidades cotidianas. Las tareas se reparten entre todos, limpieza, compras, cada uno hace de todo. Hay que cuidar el bien que se toma, es una forma de hacerse respetar por fuera del movimiento. En el patio los niños juegan al fútbol con alumnos que invitaron de otros colegios en toma. Sobre las pizarras, las lecciones de historia o de matemática fueron remplazadas por frases alentadoras, y reivindicaciones de la lucha. Es imposible no preguntarse cómo unos cabros tan jóvenes llevan adelante tal resistencia. En este caso, reciben el apoyo de algunos docentes y apoderados con quienes organizaron dentro del mismo Liceo una peña solidaria con el movimiento. La juventud de Ricardo no le impide mostrar su lucidez, ya sabe que va a perder su último año de estudio y que tendrá que repetirlo, pero en sus palabras valora esta experiencia humana más allá de los posibles logros del movimiento. “Eso para mí es la realidad, la capacidad de improvisar, inventar algo”. Sin embargo, no oculta las dificultades de seguir adelante con la lucha, como por ejemplo los frecuentes desalojos que sufre Lastarria.
Una de las tomas más emblemáticas y que tal vez cumple el rol de faro urbano de la lucha estudiantil es sin duda la Casa central de la Universidad de Chile, ubicada en la Alameda, eje urbano mayor de la capital chilena, a pocos metros del Palacio de la Moneda y del centro financiero. Tan famosa que recibió la visita del cantante de Calle 13 para apoyar al movimiento. Cuesta reconocer el monumento histórico detrás de la cantidad de lienzos colgados. Las paredes gritan e interpelan al ciudadano que cruza su camino, mientras los estudiantes rivalizan de ingenio y humor para recolectar los pesos tan necesarios para mantener la toma. Francisco, 23 años, nos muestra el corazón de la Casa central, el Auditorio, un lugar que ha sido preparado para ceremonias importantes (como la visita del actual presidente chileno), hoy transformado en un gran aposento donde unos 40 estudiantes se quedan a dormir en los palcos convertidos en camarotes. De día, organizan las asambleas necesarias para el seguimiento de la lucha, una forma de tomarse el poder, jugando con los símbolos de los espacios ocupados.
De las mismas asambleas y de sus tumultuosos debates surgen las decisiones de marchar, y las ideas de posibles acciones, ya que el movimiento se caracterizó en el pasado por su particular creatividad. La calle, espacio perdido durante casi 20 años, vuelve a ser recuperado hoy por los cabros sin miedo. Juntar y sumar tantos esfuerzos y voces no es cosa fácil, y a la efervescencia de los comienzos hay que agregarle hoy un plus de organización. Asimismo, coordinar a los secundarios con los universitarios tiene su complejidad, ya que responden a federaciones distintas. Como consecuencia de ello, se organizaron dos marchas; los secundarios a la mañana y los universitarios a la noche. Son las 10:00 y la Plaza Italia ya está llena, pero numerosas filas de carabineros impiden al grupo avanzar por la Alameda. No importa. Los secundarios dan la vuelta y empiezan a marchar para el otro lado. “Se les comunica que no pueden marchar porque esa marcha no se encuentra autorizada.” El anuncio, robótico y punzante, proveniente de un coche de los carabineros, ritma la tranquila caminata de los secundarios que siguen avanzando a pesar de la prohibición. Tranquila pero pesada, descontando los segundos antes del ataque policial. De repente, se siente el paso ruidoso de los caballos que se acercan y empiezan a despejar la calle. Pronto, por otro lado, aparecen dos “guanacos” y los “zorrinos”, lanzadores de agua y de gas. Las corridas comienzan. Cada uno trata de esconderse como puede; las entradas del metro están cerradas; un kiosco de diarios es lo último que queda para protegerse al menos del agua. Los secundarios responden gritando su odio y su incomprensión ante el ataque, a los cuales se suman transeúntes desprevenidos indignados por la furia de la represión. Ante cada logro de compañeros se escuchan aplausos de la gente. Algunos automovilistas que se encuentran en medio del desorden manifiestan también su apoyo tocando la bocina. Pero la violencia aumenta, la mezcla del ruido, el gas, los caballos, produce escenas de guerrilla urbana. La violencia llamando a la violencia, los gritos de ciertos niños se transforman en piedras a pesar de las recomendaciones de la dueña del kiosco… ¿Será un último acto desesperado de una juventud desconfiada o solamente una expresión violenta de algunos individuos extremos? O quizás policías infiltrados, como suele ocurrir. Finalmente, comienzan los arrestos al azar.
En medio de las batallas campales, nos cruzamos con un observador de derechos humanos, mojado por la última ofensiva del “guanaco”, reconocible por la tarjeta profesional colgada en su cuello que supuestamente lo protege. Nos confiesa que no es la marcha más violenta que hubo, pero que nadie realmente sabe lo que pasa dentro del furgón de los carabineros, cuando se llevan a los jóvenes. En ese sentido, Francisco, de la Casa Central de Chile, nos comentaba haciendo referencia al pasado reciente chileno que: “La única diferencia hoy es que no tienen las metralletas en la mano… pero las tienen en el carro”, antes de seguir con una tonada desesperada, “la sociedad no tiene memoria, hay una historia oficial que no toca temas importantes, desconocemos la historia de los que nos gobiernan”.
Estas observaciones acontecieron en el septiembre rojo chileno, puntuado de ciertas fechas claves de la historia reciente. El ultimo funeral público de Salvador Allende (previsto para el día de su elección como presidente en 1970) el 4 de septiembre, seguido una semana después por las conmemoraciones del golpe de Estado de Pinochet (1973), el 11 de septiembre, antes de terminar en la unidad de las fiestas patrias, el 18 de septiembre. En ese contexto, las últimas semanas del invierno 2011 serán el punto de encuentro máximo entre historias y memorias, oficiales o negadas y las luchas actuales que ya se van expandiendo fuera del sector estudiantil. El 11 de septiembre aparece como el momento de simbiosis de todas las luchas chilenas, de las más antiguas a las más recientes. Así, en la marcha se encuentra una mezcla de banderas y reivindicaciones, de los familiares de desaparecidos a los estudiantes, de los inmigrantes a los grupos por la libertad sexual, sin olvidar la comunidad Mapuche y las numerosas agrupaciones políticas. Una voz múltiple pero con las mismas metas. Entre los distintos partidos, se destaca la delegación de “Jota” (Juventudes Comunistas de Chile), cuya representación está encabezada por el líder estudiantil Camila Vallejo, presidenta de la FECH que se felicitó que la educación chilena haya terminado con “ese letargo muy grande” y que se venía “un giro profundo en su concepción, en su modelo instalado por los estudiantes mismos”
A pesar de esa diversidad, la asistencia a la marcha no fue tan espectacular como algunos estudiantes lo imaginaban, ¿será que la fecha del 11 sigue dividiendo al país? Sin embargo, y a pesar de un clima de paz, asistimos una vez más a unas escenas de violencia, desde las calles hasta el interior mismo del cementerio general ante las tumbas de personas emblemáticas, testigos de la locura policial vigente más que nunca, como Miguel Enriquez, Victor Jara o Salvador Allende. Después de su funeral que se canceló tras el accidente aéreo de la FACH (Fuerza Aérea Chilena), ocurrido 2 días antes y donde fallecieron 21 personalidades chilenas, se organizó un homenaje frente a La Moneda donde se encuentra la estatua del ex –presidente. Un homenaje íntimo, discreto, en un rincón de la plaza, frente a los preparativos de un concierto en contra del aborto. Otra vez, las dos partes de la sociedad chilena se enfrentan. En el público del homenaje, organizado por los partidos de izquierda, contamos con algunas organizaciones, algunos viejos compañeros de la época, representantes de otros países latino-americanos. Con mucha discreción, confundiéndose en los espectadores está Pablo, el nieto de Salvador Allende, radicado en Venezuela, ya que nació en el exilio. Comparto con nosotros su emoción ante el nuevo amanecer chileno y nos conto, hablando de la figura de Allende que “Vuelve a resurgir. Hay que rescatarla, estudiarla…hay que repartir en los liceos, las universidades en toma, los discursos, y difundir porque Allende es nuestro principal referente histórico.”
Cerrando ese paseo por Santiago de Chile, nos damos cuenta de la frágil frontera entre el ayer y el hoy en la sociedad chilena, en sus lados positivos como negativos. Los traumas del pasado resurgen en la actualidad, y los problemas de hoy tienen causas en los 17 años de dictadura y sus herederos. El Liceo Lastarria fue desalojado violentamente bajo la orden de Labbé, ex represor de la dictadura militar, hoy alcalde del barrio Providencia. La respuesta no se hizo esperar mucho tiempo, la sociedad civil organizo una “funa” (el equivalente chileno del escrache) para denunciar actuaciones de ayer y hoy y los secundarios volvieron a tomar su Liceo a pesar del proyecto de ley de considerar la toma como un delito. Una de las características más interesante de la lucha estudiantil es su sabor a revancha, a recuperación de unos derechos básicos como el de expresar un descontento sin miedo. Los “cabros”, hijos de la Concertación, expresan hoy los gritos callados de las generaciones anteriores.
Una noche, en Ñuñoa, al 1300 de la calle José Domingo Cañas, asistimos a una asamblea barrial a propósito del movimiento estudiantil. Los estudiantes en toma del barrio forman una ronda con padres y vecinos interesados o involucrados en la lucha. La asamblea escucha cada uno de los testimonios, los niños toman la palabra denunciando las violencias sufridas ante los ojos de los adultos que no pueden evitar relacionar lo que escuchan con los recuerdos de su juventud. Cabe precisar un detalle: el lugar en el que estamos reunidos había sido en los años oscuros un Centro Clandestino de Detención y tortura, recuperado ahora como un espacio para la memoria. En un Chile endeudado con su pasado reciente y ante la actual situación, los actores de los derechos humanos recopilan en 2011 nuevas denuncias, mientras en medio de la asamblea, un señor medio elegante y con confianza se lanza: “¡Pero niños, hay que sufrir en la lucha, nosotros sufrimos en la época!”… El presente chileno tiene una gran carga por su pasado no resuelto, un pasado que atraviesa la sociedad, cortándola por la mitad, y que permite represiones salvajes por un lado, y luchas heroicas por otro. No sabemos quién ganará esta batalla, pero sí sabemos que producirá un cambio importante en la conciencia de la gente, despertará pasiones nostálgicas y tal vez un reencuentro entre generaciones distantes de luchadores, encendiendo grandes discusiones sobre métodos nuevos y viejos. Por todo eso y más luchan los niños chilenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario